martes, 1 de febrero de 2022

Otoño Porteño y alguna tristeza cuento de Raimundo Rosales

 

 
Otoño Porteño y alguna tristeza cuento de Raimundo Rosales

Carlos Gardel canta Volver
Roberto el Polaco Goyeneche canta Un Boliche con la Orq. de Anibal Troilo
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Otoño porteño y alguna tristeza
 
Buenos Aires, Mayo de 1949.
Roberto se toma el último mate y enciende un cigarrillo. 
Cruza el patio despacio mientras mira los canarios. Anochece, pero no tiene sueño. 
¿Quién tiene sueño a esa hora? En la radio se escucha un tango y Roberto decide ir al bar 
a tomar algo antes de cenar.

“El domingo jugamos contra Racing –piensa mirando una foto del Calamar 
colgada en un rincón de la cocina–, el primero lo tiene que hacer Vernazza, con pase de Báez,
 después vienen los demás”, se ilusiona.
Se acomoda el saco y enfila hacia la calle con un silbido juguetón.

–¿Volvés tarde? –le grita Luisa desde algún rincón de la casa.
–¿Tarde? ¡Nunca es tarde para volver! –contesta Roberto con una sonrisa mientras 
se alisa el bigote.

Afuera es la calle de siempre. Su barrio, su cuadra, su esquina. 
El lugar en donde creció y del que nunca quiso salir. Ni siquiera ahora, 
que empieza a ganar unos pesitos con eso de cantar, aunque todavía siga con el colectivo. 

Las tiene todas. Buena voz, buena pinta, pocos años, y sobre todo muchas ganas de subirse 
a un escenario.

El bar está curiosamente vacío. S
e sienta en una mesa junto a la ventana y pide un vermú. 
Una luz suave y dorada llega desde la calle, cuando escucha la voz.

–¿Me puedo sentar, amigo?
–Pero... –alcanza a decir Roberto.
–Sí, no se sorprenda. Soy yo. Ya sé que le parecerá un poco extraño, 
pero en estas noches de otoño, Buenos Aires se me hace irresistible, y ya me ve, 
vuelvo de vez en cuando para dar un paseíto.

–Nunca es tarde para volver –masculla Roberto sin salir del asombro.
–¿Cómo dice? –Pregunta el recién llegado con una sonrisa ladeada. 
Una sonrisa que a Roberto se le hace familiar, amiga, casi cómplice, 
en esa noche de Saavedra en la que aquellos dos hombres se sientan a charlar 
en una mesa de café, mientras afuera el mundo permanece ajeno, 
rodando su rutina en blanco y negro de década de oro y charlas en la bruma.

–Y dígame... –balbucea Roberto.
–Llámeme Carlos, hombre, con confianza –y otra vez la sonrisa que parece ampliada 
por las lamparitas del bodegón.
–Y dígame, Carlos, cómo es volver?

–Lo que usted quiere saber, es otra cosa. Usted quiere saber cómo es irse, ¿no? 
Mire amigo, ir y volver, cuando uno va dejando cosas en el camino, es siempre doloroso, 
¿para qué lo voy a negar? 
Por eso yo nunca me quedo en el mismo lugar. 
Yo... –duda un momento el hombre de la sonrisa, y mira por la ventana como evocando–, 
yo viajo..., es lo mejor.

–Acá se sufre la ausencia. El ser humano es egoísta. Primero sufre la ausencia, 
después por el que se fue.
–Lo que más se extraña es el amor. O mejor dicho el vértigo del amor. 
Ese ramalazo que nos sacude por un segundo, cuando nos damos cuenta de que nada vale 
un centavo sin el amor.

–Dígamelo a mí –dice Roberto con pudor mientras comienza a llenar su vaso–, 
me casé hace poco y mi mujer está esperando un hijo.

–Me alegro, amigo, me alegro –responde Gardel algo paternal–, pero..., 
usted canta, ¿no?
–Bueno, al lado suyo no canta nadie, lo mío es... –y
 se interrumpe como si hubiera olvidado algo–, ¿pero cómo sabe que canto?

–Lo escuché la otra noche en el Marabú. A veces me pianto a esos lugares. 
El Marabú, el Nacional, San Souci. Es para despuntar el vicio. 
El tango hace bien para la tristeza –dice como acariciando.

Roberto no se anima a preguntarle si hace bien para combatirla o para aumentarla 
y sólo sonríe con timidez. Se queda callado, aunque se muerde por saber 
si le habrá gustado cómo cantaba. “Espero no haber estado como un chambón”, 
piensa mientras se revuelve en la silla, 
repasando las últimas actuaciones junto a Raúl Kaplún.
 
El morocho, que parecía navegar entre la melancolía y un sereno placer, 
aspira lentamente el humo de su cigarro y vuelve insistente.

–El tango hace bien para la tristeza. A mí me hace bien escucharlo a usted, ¿sabe?
–¿Escucharme a mí? ¡Avise, diga! A nosotros nos hace bien escucharlo a usted. 
Usted inventó todo, viejo. Después de usted ya no se puede inventar nada.

–No se crea, amigo. Siempre se puede. Usted mismo, si se lo propone...
–Yo canto, nada más. Yo apenas...

–...usted mismo, si se lo propone –interrumpe Gardel con suavidad–, 
puede sacarle más viruta al piso, todavía. A mí me quedaron cosas por hacer, ¿sabe?, 
y cuando lo escuché cantar en el Marabú...

Se quedan en silencio. Un brillo tenue entra desde el asfalto de afuera, 
y una suave melodía se escucha en la barra, cuando Roberto invita otra vuelta. 
Hablan de la noche, de mujeres –“el amor huele distinto de noche”, le confiesa Gardel–, 
de burros, cosa que el rubio desconoce soberanamente, y también de fútbol. 
“Usted es hincha de Platense, ¿no? –pregunta el visitante con una sonrisa socarrona–,
 mire que el domingo juegan con nosotros, ¡no se manden una macana, ¿eh?! –lo provoca.

–Este año no nos para nadie –se entusiasma Roberto–. 
1949 va a quedar en la historia como el año del Calamar.

Al cabo de un par de horas el hombre se levanta 
y comienza a ponerse el sombrero con elegancia
–Bueno amigo, ya es hora de irme.
–¿Se va a repetir?, ¿nos vamos a ver de nuevo?
–Puede ser –responde Gardel enigmático–, no se olvide que yo siempre vuelvo. 
Buenos Aires en otoño suele ser irresistible, mi amigo.

–Sí, claro –dice Roberto mientras lo acompaña–, además en otoño renace la tristeza, 
y como usted dice, el tango es bueno para la tristeza.

Los dos hombres sonríen como dibujando un código secreto y se despiden en la puerta del bar, 
dándose fuertemente la mano. Gardel cruza la calle silbando y comienza a caminar 
hacia el centro. 

Roberto lo mira alejarse, mientras se alisa el bigote. 
Se levanta el cuello del saco y empieza a volver a su casa. 
Hace algo de frío en Saavedra. Además le está picando un poco el bagre 
y seguramente Luisa lo está esperando con la cena caliente.
Está bien que “nunca es tarde para volver”, pero tampoco es cosa de andar exagerando.
 
Raimundo Rosales


2 comentarios:

  1. La fantasía nos lleva a todos lados,es el escenario donde todo es posible,hasta de transformar la tristeza

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  2. Pues si, me alegro te haya gustado este cuenta tango del querido Rai, un fuerte abrazo

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