domingo, 26 de diciembre de 2021

Aniversario cuento de Haidé Daiban

 


Aniversario cuento de Haidé Daiban Sentido y merecido homenaje a Don Carlos Gardel
Soledad canta Carlos Gardel (C.Gardel - A. Lepera)
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ANIVERSARIO de Haidé Daiban

Se levantó como pudo. Le pesaba el tiempo sobre las ancas, sobre sus hombros descarnados.

El hombre arrastró sus zapatones desde el camastro en donde había estado sentado hasta llegar a la cocinita. Bajo una luz mortecina, se sirvió un poco de agua y tragó la pastilla. Era el ritual de la vejez: dos pastillas al día antes de cada comida, esa era la prescripción.

La prescripción para un proscripto como él, o como él se sentía en este mundo.

Miró el calendario, aunque sabía qué día era. Y lo sabía cada año, el mismo día del mismo mes, cuando se le rompía algo adentro. Recordaba, entonces, lo que sucedió en esa fecha maldita en que perdió su camino, su guitarra, su amigo:”el morocho que cantaba lindo”

Había perdido el rumbo cierto y en un instante su vida pasó a pertenecer a otra era. Fue el antes y el después.

Sacó Del armario el estuche negro, grande y pesado, lo abrió cuidadosamente y rasgó con sus dedos artríticos, las cuerdas, como quien acaricia a una mujer.

Desafinada, dijo, aunque la sensación era premonitoria. ¡Todos los años igual! Tengo que afinarla para que no llore cuando la toco, es que ¡pucha!, si no esta desgraciada también me ayuda a lagrimear.

Dejó el estuche sobre la cama, todavía revuelta de pesadillas atadas a la sábana. Estiró los brazos y colocó el disco en el aparato apoyado en la pared, apretó la perilla, pulsó la otra y la voz del Morocho le cantaba nuevamente

“En la doliente sombra de mi cuarto al esperar…”

Mientras afinaba la guitarra las manos le temblaban. Cada año lo mismo, no dejaba de emocionarse, pero ahora podía argumentar que era la vejez. La falta de pulso, ¿vió?, es que con los años….

“sus pasos que quizá no volverán…”

¿Por qué nos tuvo que pasar, Morocho?, ¿Por qué´?

Mirá qué suerte la mía, ¡salvarme ¡ Pero te digo, es suerte fulera, quedarse solo, sin siquiera la guitarra.

“que quizá no volverán, que quizá no volverán…”pero, maldita púa, es capaz de arruinarte. Y sí, lo cierto es que ellos se fueron, todos se fueron, no hacen una esperita por si los alcanzo, ¿sabés?

“ a veces me parecen que ellos detienen su andar…”

Bueno, yo siento que vos sí, te parás ante mi puerta, que estás a mi lado cada vez que cantás. Me hacés sentir otra vez joven y siquiera un día al año tengo ganas de rasgar un poquito.

Le uso la viola a Le Pera, pobrecito. La que vos le regalaste Pero se la cuido, Morocho, nadie la toca. Nadie. Yo mismo la afino, la lustro y la guardo. La guardo hasta el año que viene, siempre es el próximo año, el próximo, el próximo…Para el encuentro con todos. Con la memoria, cuando me parece que golpean mi puerta como en aquellas noches en que íbamos de juerga ¿te acordás?

“sin atreverse luego a entrar…”

No, Morocho, en realidad para mí, ustedes entran al bulín, a mi bulín, están conmigo, siempre. Y hoy, ni te cuento.

Levantó la mirada hacia el disco y dijo para sí: Mientras este viejo vaya tirando, seguirán así las cosas. Porque no es cuestión de llorar “ como una mujer”, ¿entendés?

A los amigos hay que recordarlos como eran, cuando eran. Y yo trato de acordarme de los mejores encuentros, arriba del escenario o en la mesa del bar. ¡Qué cosa, che, tener que sobrevivir sobre andamios de memoria!

“pero no hay nadie y ella no viene..”

Si, Morocho Ella va a venir por mí. Y yo la espero. Resignación, hermano, eso es lo que me quedó.

No sé si contarte, Morocho, pero como sos un amigo, de una sola pieza, ¿no?, bueno, el caso es que un jailafe me propuso un intercambio: me mantiene con los gastos de tordos, remedios y pilchas de por vida, a cambio de la viola. Y si, de la viola de Alfredo. Ni él ni yo la necesitamos más. La voy a extrañar, claro, pero…

Y hay algo más para contarte, Morocho y no te enojes, en el trato entran algunos discos tuyos,¡no todos!, sabés , no todos….No podría sobrevivir al silencio, al de tu voz, justo en este día, el día de nuestro reencuentro. El del Aniversario. Espero, viejo, que no te revires.

Bueno, la viola ya está afinada. Al jonca, querida y hasta más ver.

El viejo, arrastrando los pies, guardó la guitarra en el estuche y lo dejó junto a la puerta a la espera del nuevo dueño, como una momia en exposición. Se acercó a la mesita cubierta de hule, estiró el brazo y dejó caer el pick-up. En el cuartucho las lágrimas resbalaban por las paredes. Será la humedad, dijo el viejo, observando, pasando la mano por el empapelado.

La humedad o la pava que hierve y hierve¡Siempre lo mismo, qué memoria!

Desde el surco negro como el pelo engominado del Morocho, la voz seguía:

“Tengo miedo del encuentro

con el pasado que vuelve

a enfrentarse con mi vida .

Tengo miedo de las noches

que pobladas de recuerdos

encadenan mi soñar…”

Pasando el corredor, desde la puerta de calle, el timbre sonaba insistentemente.




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